Yelena Osipova de casi 90 años fue detenida por soldados rusos, su historia es conmovedora. Incluyo esta imagen como la auténtica sabiduría de quienes ya han transitado los horrores de la guerra. La Segunda Guerra Mundial ha marcado su niñez y ahora, seguramente re-victimizada, alza sus carteles pidiéndole a los soldados que bajen sus armas para convertirse en héroes. Una hija más de la guerra.
Amenaza de guerra
Cuando por fin nos íbamos liberando de la amenaza que nos señalaba la posibilidad de morir por un virus rebelde, vuelve a susurrarnos en los oídos la amenaza de una tercera guerra mundial.
De público conocimiento Rusia declara, y con hechos, la guerra a Ucrania. A través de los medios nos fue llegando el destierro de familias ucranianas, hacia países vecinos. Largas filas de espera, familias desmembradas ansiosas de poder reunirse algún día otra vez. Bebés, niños y niñas de aquí para allá, y adolescentes haciendo causa común con sus padres ya que la rebeldía viene de otro lado en este momento.
La violencia genera más violencia, ¿Quién de nosotros no se ha puesto a pensar y me atrevo a decir, desear, la muerte de determinadas personas en este contexto para que todo termine? Igualmente, no sería garantía ya que parece que la violencia insiste en el mundo. Y pienso que lamentablemente va en escalada. La violencia nos deshumanizada convirtiéndonos en sujetos deseantes de ver caer al otro… irracionalmente con razón.
La injusticia social crece y la impotencia se hace carne. A mayor exposición a la situación de alarma o vivencia real, más profundo se hace el daño subjetivo. El enorme caudal de estrés acumulado desemboca ineludiblemente en traumas y síntomas que atormentan el bienestar, aun pretendiendo alcanzarlo. Sentimientos de indefensión, vulnerabilidad y terror dejan marcas, más aún en la construcción del psiquismo infantil. Algunas de las consecuencias pueden ser la depresión y el estrés postraumático, entre otras. Para algunos ya no tiene consecuencias porque murieron.
Desde lo perinatal que me convoca con pasión, no puedo de dejar de agudizar la mirada sobre la familia toda, y la reacción de los bebés, niños, niñas y adolescentes. ¿Qué sentirán cuando la amenaza es real, lejos de aquella fantásticamente construída cuando se pretendía jugar que se rozaba la muerte? Pienso en los padres y las madres que crían, aún en tiempo de confusión y máxima incertidumbre, de los nacimientos que hemos visto que tienen lugar y del llanto del personal de salud por no poder salvar la vida. Pero… ¿estamos lejos de ese desastre?, ¿nos toca de cerca? Del espacio físico habitado por la guerra sí, del impacto emocional que genera, no. Y ni siquiera estoy segura de lo que digo, porque la amenaza con armas nucleares ya es un hecho.
Se necesitó mucho tiempo para recuperarse de la Primera y Segunda Guerra Mundial, de cualquier guerra en realidad, porque sus consecuencias fueron desastrosas a todo nivel, pero más aún, las psicológicas.
La violencia quita identidad, te vuelve objeto y no persona… el mensaje es “no vales nada para mí”. La deshumanización al máximo nivel. Me pregunto, seguramente igual que ustedes… ¿cómo pueden dormir a la noche, los individuos que ejercen la violencia?
Sobran las explicaciones psicológicas sobre este tema, pero sin embargo podemos adentrarnos en la literatura que describe muy bien las emociones asociadas a ella, a la maldita guerra.
Ana María Matute (1925-2014) escritora española incluye en algunos de sus relatos las vivencias y consecuencias de la Guerra Civil Española y lo hace desde la niñez, sus personajes son niñas o adolescentes que muestra cómo abruptamente se derriba un mundo de fantasía y da paso a la vivencia dolorosa de la guerra. “Luciérnagas», «Primera memoria» y «Paraíso Inhabitado” son algunas de estas obras.
No se puede separar la salud mental, en este caso la salud mental perinatal, del orden social. Es parte constituyente de saludables construcciones vinculares. Como la historia demuestra, personas inocentes pagan el precio más alto.
Es mi deseo, que la amenaza de una Tercera Guerra Mundial no sea tal y que nos salve la ternura.